jueves, 6 de agosto de 2009

Ilustres agosto 7

El hagiógrafo Butler en su Vidas de los santos, pp. 276-284, tiene información biográfica de los siguientes bienaventurados: San CAYETANO cofundador de los Clérigos Regulares Teatinos (+ 1547); santa CLAUDIA, matrona (Siglo I); san DONATO, obispo de Arezzo (+ 362); san VICTRICIO, obispo de Rouen (+ 407); san ALBERTO Trapani (+ 1307), y los beatos AGATÁNGELO y CASIANO, mártires (+ 1638)

Semblanza de santos:
Nuestro grito festivo de hoy ¡VIVA MÉXICO! No se debe al triunfo de la selección nacional de futbol ni a otros éxitos electorales o a algún otro motivo sino a encontrar a un santo de nuestra tierra:


El padre san MIGUEL de la Mora:

Nació en el municipio de Tecalitlán, Jalisco el 19 de junio de 1874. Durante su infancia supo de las faenas agrícolas y ganaderas y llegó a ser buen jinete. Adolescente ingresó al seminario conciliar de Colima, donde cursó los estudios
eclesiásticos hasta su ordenación presbiteral, en 1906.

Ministro de Tomatlán, en la Iglesia Catedral, en la hacienda de San Antonio, en Zapotitlán y, finalmente, otra vez en la Catedral, de la que fue capellán de coro.

Cuando se decretó la suspensión del culto público, eligió permanecer en el domicilio de su familia. “¿Cómo se va a quedar Colima sin sacerdotes?”, dijo. Allí celebraba, con mucha discreción, la Eucaristía; pese a sus cuidados, frente a su casa vivía el jefe de operaciones militares de Colima, el general José Ignacio Flores, quien, al identificarlo como clérigo ordenó su arresto. Salió libre bajo fianza, con la orden tajante de reanudar el culto de la Catedral contra las disposiciones episcopales.

Dejó Colima para refugiarse en su lugar de origen. La madrugada del 7 de agosto de 1927, con ropas de paisano, acompañado por su hermano Regino y el presbítero Crispiniano Sandoval, salió rumbo a la sierra. En el mesón de Cardona, Colima alguien lo reconoció: Es usted padrecito. Sí, lo soy. Esto bastó para que un agrarista los aprehendiera, remitiéndolos a pie y atados, a la jefatura de operaciones militares de Colima. Durante el trayecto escapó el otro clérigo, a quien no identificaron como tal. Al mediodía llegaron a Colima. Enterado del asunto, el general Flores dispuso la ejecución inmediata de los hermanos De la Mora, en la caballeriza del cuartel, sobre el estiércol de los caballos. Mientras recitaba el rosario, fue acribillado por los verdugos ante la mirada atónita de su hermano Regino, quien salvó la vida alegando que él no era sacerdote. El cadáver fue sepultado en el panteón municipal. Dos años después sus restos fueron colocados en la iglesia catedral.

Estos tiempos calamitosos los vivió nuesto querido siervo de Dios don Juan María Fortino Navarrete y Guerrero entre nosotros y a esos peligros se exponía al ejercer su ministerio.

Nuetro grito de ¡VIVA MÉXICO! será más fuerte entre nosotros cuando podamos culminar nuestro trabajo con la canonización de este gran obispo, último de Sonora y primer arzzobispo de Hermosillo.

Otro santo también de gran enseñanza es

San CAYETANO de Tiena, antiguo nombre de Chieti, ciudad de Italia. Nació hacia 1480 y murió en Nápoles el 7 de agosto de 1547.
Junto con Antonio María Zacarías, Francisco Caracciolo, Jerónimo Emiliano y algunos otros, es de aquellos que, desde antes del concilio de Trento (1545-1563), trabajaron en la reforma de la Iglesia en Italia, contribuyendo en esta forma a preservar el país del protestantismo.

Su padre, el conde de Tiena, le había comprado un cargo de protonotario apostólico y Cayetano (Gaetano) había cumplido mucho tiempo funciones de secretario en el Vaticano (1504-1517), primero bajo las órdenes de Julio II, gran hombre de guerra (+1513), después con León X, gran amigo de las artes (+ 1521). Lo que él vio ahí no se conformaba en nada con el Evangelio, por lo que sintió un mayor impulso para imitar a nuestro Señor.

Ordenado sacerdote a los treinta y seis años (1516), esperó varios meses antes de osar decir su primera misa, tanto era así de humilde. La muerte de su madrre fue una buena ocasión para dejar la corte romana. Después de dar a los pobres su herencia, pasó los seis años siguientes en las ciudades de Vicenza, Verona, Venecia, visitando los barrios bajos y tugurios, barriendo hospitales, cuidando incurables.

En 1523, cuando Lutero lanzaba invectivas contra la simonía, la ambición y otros vicios del clero, Cayetano tuvo la inspiración de fundar un instituto de sacerdotes que llevarían, como él, una vida austera y apostólica. Obtuvo que su viejo amigo, Juan Pedro Carafa, el futuro Pablo IV (+ 1559), tomara la dirección de los nuevos religiosos.

Estos fueron llamados “teatinos”, por el nombre de la ciudad de Chieti que antiguamente era llamada Teate por los latinos, de donde era obispo Carafa.
Eran bajo el punto de vista canónico, “clérigos regulares” que se comprometían a no pedir limosna, a cuidar a los enfermos, a extender el uso de los sacramentos entre los laicos, a intentar con el ejemplo y con la palabra, de devolver al clero a sus deberes.

En Nápoles, Cayetano vivió más tiempo en sus últimos años. Murió ahí, tendido sobre la ceniza, pidiendo a Cristo el que pudiera tener los sufrimientos de la crucifixión, y a sus religiosos de echar su cuerpo a la fosa común.

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